No nos caería mal conocer un poquito de la historia precedente a la independencia de lo que hoy es nuestro país. Casi desconocida, desapercibida e ignorada es la época del Virreinato, que si bien se nos han inculcado que es una época ajena, de forasteros, nada más alejado de la realidad. Durante el Virreinato comenzó la manufactura en serie de esto que ahora somos tú y yo como mexicanos. Época en que comienza el mestizaje biológico y cultural que nos trajo hasta nuestro actual estado racial y formativo (lengua, religión, costumbres, tradiciones, etc.).
El primer título de virrey fue otorgado ni más ni menos que a Cristóbal Colón, pero entonces era un título al que no se le daba mucha importancia. Con el tiempo, en 1535 el título de virrey aparece como un cargo funcionario, permanente y no hereditario, se crea el Virreinato de la Nueva España y el primer virrey fue Antonio de Mendoza y Pacheco.
Además del enorme Virreinato de la Nueva España (que ocupaba el territorio de todo nuestro actual México además de gran parte de lo que hoy es Estados Unidos de América, gran parte de la actual Centroamérica, algunas islas del Caribe como Cuba e incluso las Filipinas en Asia), también existieron el Virreinato de Perú, el Virreinato de Nueva Granada y el Virreinato del Río de la Plata.
El virrey era el encargado de administrar y gobernar dichos territorios ultramarinos del reino de Castilla o España.
Las personas que podían ocupar el cargo de Virrey podrían ser personas de alta alcurnia, militares o también personas de clase media que fueran letrados; incluso los hubo obispos y arzobispos.
Fueron 63 virreyes quienes gobernaron este México en pañales, el último fue Juan O’Donojú y O’Ryan, quien fungió como virrey a pesar de que desde 1820 la Constitución de Cádiz había suprimido los virreinatos. Ya sabemos de memoria lo que por esas fechas sucedió.
Nos ocuparemos hoy del virrey que ocupa el número 13 en la lista: Diego Fernández de Córdoba y López de las Roelas, marqués de Guadalcázar y Conde de las Posadas. Éste señor nació en Sevilla, España, en el año de 1598. En 1612, a la edad de 34 años fue nombrado Virrey de la Nueva España.
Mientras duró su mandato (hasta 1621) se realizaron obras como el saneamiento y abastecimiento de agua a la Ciudad de México mediante un acueducto formado por 900 arcos. Por esta y otras grandes obras, recibió el apodo de El Buen Virrey.
También estuvo en el virreinato de Perú, donde reformó el sistema fiscal y dio fin a las luchas entre familias rivales que aquejaban aquellas tierras.
Por esas lejanas fechas apenas comenzaban a nacer todas estas poblaciones que ahora nos son tan familiares, donde ahora habitamos, donde más mal que bien sobrevivimos.
En el actual Estado de Veracruz existía una pequeña banda de negros cimarrones, comandados por el Príncipe Yanga, quien supuestamente era miembro de la Familia Real de Gabón, país africano. Esta banda se formaba de esclavos que escaparon y en las montañas de Veracruz establecieron la primera colonia libre de América entera. Estos negros sobrevivían de la caza pero también realizaban ataques y asaltos en el camino real que comunicaba Veracruz, Orizaba y Ciudad de México. Nuestro Virrey Don Diego Fernández de Córdoba se vio obligado a fundar una población cerca de ese sitio para proteger a los súbditos fieles y a los intereses reales y tuvo la magnífica idea de llamarla con su propio nombre: Córdoba.
Un día como hoy, 17 de noviembre, pero de 1617, el virrey Diego Fernández de Córdoba mandó fundar la aldea que hoy es la famosísima Córdoba, Veracruz.