miércoles, 14 de octubre de 2009

Grandes Navegantes Parte 1

FERNANDO DE MAGALLANES
(Transcripción y adaptación textual de las memorables conversas de Alvargonzález)

Vamos a recordar a los grandes navegantes olvidados por la historia y que realizaron proezas que ahora resultan imposibles incluso para esos jóvenes amantes de los deportes extremos, que no harían, no repetirían, lo que aquellos navegantes hicieron.
México, ya actuando como nación incipiente - te estoy hablando del siglo XVI -, México actuando como punto de referencia fundamental para la hechura de otras naciones.
Vamos a retomar un trozo de nuestra historia que yo quiero divulgar: cómo México ha sido también metrópolis. Cuidado con las palabras porque si no, nos tropezamos. La historia es un juego encantador de palabras, pero si no sabemos tú y yo lo que las palabras significan… entonces: metrópolis, metros, madre. Polis: ciudad. En sentido figurado la metrópolis viene a ser la parte engendradora, maternal, la incubadora de otras formas de ser.
El simple penacho no nos ajusta para explicar la mexicanidad, que va. Si tú vas allá para el barrio de Analco (Guadalajara), al otro lado del río, al templo de San Sebastián, donde fueron a poner la estatua que removieron de frente al templo Expiatorio que allí había sido colocada en mil novecientos cincuenta y tantos, de Cuauhtémoc, estatua muy mal lograda, un bronce malhechote, (el escultor no andaba muy inspirado), ahí dice al pie de la estatua: “A Cuauhtémoc, padre de la mexicanidad”. ¡Si pues cómo no! (sarcasmo).
Cuauhtémoc no es el único padre de la mexicanidad, de una mexicanidad que nos hemos empeñado en tratar de explicar sólo con el penacho puesto, que va, pero esa es la forma republicana muy propia del siglo XIX de darle validez sólo a una parte de la mexicanidad.
México ha sido metrópolis engendradora de naciones, que no se nos olvide esto. Ahora somos un pueblo muy metido en casa, un pueblo un poquitín reducido a la impotencia: “pues así somos y ni modo: para otros sean los grandes proyectos, para nosotros simplemente imitar”. Pero esto que se llama México alguna vez anduvo por el mundo secundando grandes faenas civilizadoras y misioneras. Empecemos:
Uno de los géneros literarios más encantadores, que a mí más me envuelve, más me atrae, son las biografías. Más allá de la historia están las biografías, quiénes fueron los que hicieron tal o cual cosa. En una biografía que se escribió sobre quien conocemos como Fernando de Magallanes se dijo que él había sido el protagonista de la aventura más audaz de la humanidad.
Vamos a empezar por el rumbo de Magallanes, el estrecho de Magallanes, para que entiendas lo que ocurrió a partir de Jalisco, de alguien que no tiene ninguna estatua relevante, tiene un monumento muy discreto que nadie atiende ni nadie se da cuenta de la significación presunta que quiso tener el monumento, aquí en Guadalajara.

A este Fernando de Magallanes en Portugal no le hicieron caso, se fue a España donde llegó precedido de fama de ser muy verboso y desasosegado. ¿Qué es eso de verboso? Yo que diera por ser verboso, no para esto a lo que me dedico, sino verboso para cuestiones de “marquetín” para envolver mercadotécnicamente al contrincante, pero no, no se me da.
Es Fernando de Magallanes el verboso que convence a la Corona Española de que le dé financiamiento para un proyecto que tenía bastante de extraño, ¿porqué? porque significaba el proyecto de Magallanes llegar hacia el oriente navegando para el poniente ¿entiendes eso?
Volvamos con lo de la geopolítica y una vez más te lo repito para que veas también el mundo cómo está estructurado geopolíticamente. Yo pudiera en vacaciones ofrecerte un viaje doble con todos los gastos pagados al lejano oriente. El lejano oriente, sí, pero de Europa, porque para nosotros los americanos es el más o menos lejano occidente. Si tú y yo nos plantamos en la orilla de la playa de Chamela, Tenacatita o Barra de Navidad y nos echamos a navegar para llegar a Japón tenemos que irnos hacia donde el sol se pone. Esa era la propuesta de Fernando de Magallanes: navegar hacia el poniente para llegar hacia el oriente y pues ¿quién le iba a hacer caso? Hasta que los reyes de España le dijeron: “ándale pues, te damos para los barquitos y a ver a dónde llegas”.
Agosto 1519, 5 barcos abandonan la rueda de Sevilla para seguir la corriente del Guadalquivir, Sanlúcar de Barrameda (algún día asómate a los mapas, que son como los diccionarios: “no muerden”, y es una placeridad el ver e ir descubriendo puntos que ni siquiera imaginabas, seguir rutas, travesías.)
Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago, las naves de Magallanes. 110, 120, 90, 85 y 75 toneladas (Eran unas “habichuelas” en medio del mar, no son nada; imagínate los tráileres o furgones que circulan por las ciudades, si no me equivoco pesan algo similar). Magallanes va al mando de la Trinidad, al mando de las otras van Juan Cartagena, Gaspar de Quesada, Luis de Mendoza y Juan Serrano. Son 265 hombres en total.
Llevaban las bodegas repletas de vituallas: galletas marinas era algo muy usual, abarrotar las naves con galletas marinas que eran unos cocimientos de harina que mal sabían pero pues daban para “vitaminarse”; frijoles, arroz, legumbres, tocino, quesos, ajos, azúcar, llevaban ganado también para ir utilizando la leche; vino, telas para reponer las velas que pudieran romper los temporales, troncos para mástiles, brea, llevaban herramientas para remendar los barquichuelos, porque no era cosa de hablar a la compañía de seguros y decir “aquí estoy varado, vengan por favor a ayudarme” o “mándenme un mecánico”. Eran individuos habilitados en más de un oficio. Objetos para trueque, cuchillos de Alemania, tijeras, espejos, anzuelos, ése es el inventario de las naves de Magallanes que todavía existe allí en el Archivo de Indias de Sevilla.
Estoy hablando de Magallanes porque es el preámbulo de un navegante que ya fue un protomexicano, un individuo de una estatura monumental histórica, pero como no somos muy buenos para navegar en la historia, por lo tanto está ahí arrumbado (que es un término marino: darle rumbo a algo). Es un individuo al que republicanamente no hay que reconocerle muchos méritos, pero fue alguien de una dimensión internacionalmente colosal. Las naves de Magallanes llevaban artillería, brújulas, astrolabios, cuadrantes de madera, compases, mapas en donde Magallanes guardaba el secreto de la ruta que pensaba seguir. Magallanes convenció a más de uno que tenía un secreto que nomás él conocía: la ruta, esa ruta paradójica para navegar rumbo al poniente y llegar al oriente. Luego resultaría que no era ningún secreto sino una aventura, sólo un presentimiento.
“Pasajeros de Indias: viajes trasatlánticos en el siglo XVI” es un libro escrito por José Luis Martínez donde te cuenta cómo eran esas navegaciones, cómo era el atravesar el Atlántico, el cálculo de probabilidades: de 100 personas que se embarcaban un 10% ya se sabía que nunca iban a llegar, no aguantaban; y los otros corrían un altísimo riesgo de desaparecer en las aguas del Atlántico.
En la navegación de España a México, pasando por las islas Antillas, cuando se empieza a cartografiar en esta lengua los territorios recién encontrados, los territorios que no existían en ningún mapa globalizante, empezaron a discurrir nombres muy de esa forma de que a nada de lo nuevo se le puede llamar con palabras nuevas sino con palabras viejas: A las islas del Caribe que resultaron ser islas coauxiliares del abordaje les llamaron Antillas, que es una derivación de la palabra “anchilla” que en latín no quiere decir otra cosa sino “servidor”. Las “islas del servicio”.
Ahora te resulta muy elegante decir “voy a las Bahamas” y no es otra cosa que la derivación de la palabra española “bajamar” porque el fondo marino que rodea esa parte de las Antillas es muy bajo. Y claro, llegan los ingleses y les dicen en español “bajamar” y ellos dicen bahamas, oh yes… ¿por qué reprochar el hablar en esta tan llana y castellana lengua? En nuestro idioma se escribieron las cartas de marear que utilizarían luego los navegantes tan famosos y venerados por los ingleses: los piratas, para lanzarse a navegar por el mundo.
Fernando de Magallanes es el pionero de una empresa a la que le va a seguir un individuo que aunque haya nacido en Guipúzcoa, se convertiría en mexicano y durante buen rato vivió en Jalisco, ¿lo conoces?
Todo esto es una especie de prólogo. Un largo rodeo para llegar a la costa de Jalisco y a uno de los navegantes más extraordinarios que ha producido México, tal cual. Sería muy extenso que te contara lo del viaje de Magallanes. Es algo estrujante porque ya no es como ahora con los deportes extremos y todas esas cosas: estar en la punta del Everest pero con teléfonos satelitales y aquello de “mami, estamos bien”. Los navegantes se echaban a marear sin ninguna posibilidad de ponerse en contacto con nadie hasta su regreso, la pura incertidumbre. Ellos tenían un lema, muy compacto, muy conciso y muy funcional: “Adiós y aventura”. Esa palabra que tú y yo utilizamos cada vez menos porque cada vez más decimos “bye”, pero que originalmente en nuestro idioma era “a dios”. Esa figura divina cabía en la boca de los navegantes: adiós y ad ventura, que no es otra cosa que decir de forma elegante “futuro”, lo incierto del futuro.

El mapa de navegación de Magallanes es algo notabilísimo, cómo va descendiendo, cómo pasa por las Islas Canarias, cómo se aproxima a este continente cada vez más americano (en ese tiempo todavía no se llamaba continente americano). Llega a un río en enero, que en portugués le llama “”Río de Janeiro” y luego a un puerto donde la pasó tan bien que le llamó “Puerto Alegre”. Llegaron a una parte donde ven un monte, te lo voy a decir en pretérito latino: “monte vidi”, y si lo digo en presente en latín suena “monte video” “veo un monte”, la ciudad ahora de Montevideo; y pasa por el río de la Plata y el golfo de San Matías y San Julián. Los conflictos empiezan, las penalidades de los navegantes. Imagínate lo aburrido que era aquello: trepados en un barquichuelo, las escenas de individuos sin otros quehaceres más que mantener el barco a flote, ver qué se iba a comer, dónde se iban a aprovisionar, pues no se iban con todo pagado y reservaciones hechas, sino que era ver dónde se iban a recalar las naves, como se reparaban y empiezan las desconfianzas porque los capitanes se dan cuenta de que Magallanes no sabía sino simple intuición era lo que le llevaba a navegar. Magallanes tenía un carácter muy hermético, se encerraba y no decía nada y no reconocía que ni él mismo sabía para dónde iban, y los capitanes se desesperaban y empezaban las trifulcas, las muertes, realmente era una violencia aquella, la muerte.
Esos programitas televisivos de ahora que están fundamentados en revisar cómo se comportan los seres humanos ante el hartazgo: los encierran en una casa y comienzan los conflictos, la lucha por el poder. Si se pudiera se matarían entre algunos de ellos, ahora lo más sencillo es salirse de la casa, decir “perdí el concurso” y seguir adelante; pero ¿cómo te sales de un barquichuelo en donde estás encerrado con otros individuos que ve tú a saber su procedencia, su propia historieta, sus propios complejos, su propia forma de ser, y tener que convivir?
Hechos violentos de una crudeza formidable y la esperanza de llegar ¿a dónde? ¿Pues para dónde vamos? Navegan silenciosamente, solemnemente, en medio de una soledad absoluta. Las noches en la mar. ¿Alguna vez has visto la noche en algún barquichuelo? Qué horror, a mí no me hables de cruceros que me da repelús, erisipela, me dan ganas de… arcadas, pues.
Y Magallanes no sabía que al ingresar en el cono sur, en la parte austral del mundo, el clima cambiaba y él creía que estaba terminando el invierno y lo que pasaba es que se estaba adentrando el invierno y en un invierno muy próximo a la Antártica, y se empiezan a perder los barcos y empiezan a separarse las esperanzas aquellas, fallidas.
Si tú revisas los mapas contemporáneos, todavía hablan de una Patagonia. Magallanes en una de esas recaladas en un punto de la geografía de Sudamérica se encuentra con un individuo, un gigantón, que tiene unas “patas” enormes, una “patagón”, así lo bautizan ellos, incluso lo invitan a viajar con ellos para que al llegar de regreso pudieran mostrar algo insólito: un “patagón”, un aborigen patón, gigantesco, de una estatura enorme, los indios patagones que después serían aniquilados por el flamante gobierno argentino del siglo XIX que erradicó a la “indiada” en un genocidio previo, para que veas que los argentinos tienen una gran tradición, el argentino italianizado, justamente.
Otro de los avistamientos que hace Magallanes en aquellas gélidas aguas australes es fuego, fuegos en la costa, lumbradas enormes, le llama Tierra de Fuego, así la bautizó Magallanes, y allí da la vuelta y pasan del Océano Atlántico a una mar que Magallanes bautizó como la Mar Pacífica, el Pacífico. Fue pura suerte porque de pronto, después de prueba y error de ese laberinto (revisa el mapa y asómate allá por Ushuaia, ve el laberinto de islotes y todas esas complicaciones navegatorias) que va resolviendo el genio de Magallanes para atravesar lo que ahora se conoce como el estrecho de Magallanes, donde los dos mares se encuentran, el Atlántico y lo que él llamo “La Mar Pacífica” ¿porqué? porque tuvo la suerte de encontrarla así, tersa, sin mayores problemas de navegación, porque los problemas se iban a dar sobre los barquichuelos sobrevivientes. Pasando el Pacífico encontró justamente ese estrecho, ese lugar que era el que había intuido que se daba. Navegando hacia el poniente llegaría hacia el oriente de Europa.
100 días, 100 noches sin ver absolutamente nada sino agua, agua, cielo, nada.
Las enfermedades, hambre, comenzaron a comerse a los ratones de los barcos, pedazos de cuero del que estaban forrados los mástiles, era un cuero tan duro por su exposición al sol que era preciso remojarlo unos días, cuatro o cinco, para ablandarlo. Van muriendo, 19 y el patagón que llevaban como muestra de sus descubrimientos… (continuará) 




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