ALVARGONZÁLEZ
CONVERSA SOBRE NUESTRAS RAÍCES. 1988
Transcripción de la conversa radial de Álvaro González de Mendoza “Alvargonzález” en Radio Universidad de Guadalajara. Año de 1988. (Desafortunadamente el inicio no pudo ser grabado, ésta comienza trunca)
… No muy confiable si se tiene en cuenta que la TV se ha convertido en la moderna “Pensadora Mexicana” y quizá para escarnio y a destiempo del buen Fernández Lizardi que en su época pretendió ser eso: el “Pensador Mexicano”. Parece bien cierta la nunca dicha frase del “dime qué canal ves y te diré en qué piensas”. Y bien confirmada la hipótesis de “quien no ve televisión es desconfiable” ¿Porqué? Por que salirse del canal es un poco riesgoso.
Pero con eso de que “lo que uno no puede ver, en su casa lo ha de tener” debo decir que mis hijas sí ven televisión y mucha, o sea que son tele-adictas, de esas que se quedan dormidas cuando el sueño les alcanza pase lo que pase por la pantalla del televisor. Hace poco, avanzada la noche, debí repetir la misma maniobra que tantas veces he hecho: entrar sigilosamente al cuarto de mis hijas y apagar el aparato. En ese momento, el Gran Canal del Desagüe Electrónico (¿estará bien decirlo así?) exhibía unas ruinas prehispánicas, olmecas por más señas, y al final del breve corte se dijo algo tan sencillo como “Nuestras Raíces”. Así de simple.
¿No te ha pasado a ti que una palabra, en noche de insomnio, se convierte en devanadora de sesos? A mí se me prendió a la sesera el término raíces que paradójicamente me disparó la pantalla del pensamiento al apagar la del televisor. Cosas que ocurren.
Y ahora me toca reconocer mi botánica ignorancia y decir que la botánica no es un tema que domine ni remotamente, pero mi desconocimiento no es tan grande como para no percibir que sin raíces, raigambre, nada puede florecer. Mi ignorancia no es tan monumental como para no entender que cualquiera planta, vista con detenimiento, muestra un sistema complejísimo radicular, de raíces, en la cual cada una de las partes tiene una función específica. Yo le llamo a esto “botánica de sentido común” con aplicación tanto en el caso de plantas benéficas como en tratándose de plagas. Oye pero ¿es que tú puedes imaginar una planta cualquiera sin raíces?
Y la a palabra tiene algo de cavernoso o subterráneo, suena hondo, profunda, insospechada: Raíces. Con diversidad de profundidad dependiendo del caso vegetal, hay que escarbar para encontrarlas, pero ¿y tratándose de casos humanos? Oye, por cierto, ¿Cómo andan tus raíces? Te decía ya a los comienzo de esta radio conversa que no debes confiar mucho de quienes no pensamos con el televisor puesto en la cabeza porque, generalmente, nos salimos de canal. ¿Es tan peligroso hacerlo? Por ejemplo, digamos, aceptando lo que el otro día me echaba en cara la pantalla: mis raíces son olmeca, pero da la horrible casualidad que yo ahora estoy utilizando para comunicarlo, un idioma que nada tuvo que ver con los honorables olmecas que ya habían desaparecido con su misterio histórico antes que esta lengua se trasvasara de Europa hacia acá. Algo me resuena a entrampamiento del que no hemos podido o no hemos querido librar nuestras propias raíces.
A lo que voy es de nuevo a esgrimir aquello de “botánica de sentido común” como frágil excusa al decir que si en el reino vegetal, las raíces o raigambre siempre constituyen un sistema armónico en el que no hay contradicción ¿porqué en el reino animal pretendemos que sí puede ocurrir, que podemos florecer de la contradicción? Es decir, si el ser humano es un animal racional, si se acepta eso, se tendría que aceptar que somos los únicos animales capaces de entender nuestras raíces. Los únicos seres vivientes con esa potencialidad: Entender nuestra raigambre o permitir que ella nos asfixie con su entrampamiento.
Todo tiene su historia, todos cargamos con nuestras historietas. Oye, por cierto, ¿conoces tú el nombre de tus bisabuelos? Alguna vez he pensado que quien no sepa el nombre de sus bisabuelos, no tiene el más mínimo respeto por sus propias raíces, por su historia o historieta personal, lo cual es bien lamentable.
O decir que todo tiene su historia y por tratarse de que es octubre cuando hago estas palabras, te cuento que hasta las fiestas octobrinas de Guadalajara la tienen. ¿Historia? ¿Historieta? Lo de la escala dímelo tú y lo de las raíces festivas que lo diga el que sepa ¿porqué en octubre? Como quiera que sea, es un buen mes aquí, para fiestas.
Creo que comenzaron por 1968 y luego de diversas y predecesoras ferias que no tuvieron continuidad. Hubo hasta una Feria del Maíz, digo, varias ferias del maíz y luego de aquella monumental Feria de Jalisco que sirvió para inaugurar la Central Camionera.
Pero más que hacer una minuciosa descripción de lo que ocurre año con año en las citadas Fiestas de Octubre, me valgo de ellas para asomarnos a unas raíces cuya negación sólo ayudará a que nunca florezcamos integralmente. ¿No quedamos en que el llamado florecimiento en el reino vegetal tiene mucho que ver con la armonía radicular o de raigambre o de raíces?
Las fiestas son una excelente ocasión para que los mariachis suenen con alegre son. ¿Mariachis? Ya vendrán por allí a decirte que el nombre procede de una palabra francesa, el concebido cuento aquél de que cuando en la intervención francesa esos conjuntos tocaban en las fiestas de bodas y del mariage (matrimonio) al mariachi no hubo sino una breve trasposición. Totalmente falsa la hipótesis. Lo extraño es que en realidad nadie sabe de dónde procede la expresión que según la investigación notable que se hizo hace pocos años, se usaba aquí en Jalisco, mucho antes de que Napoleón III pensara en apadrinar a Maximiliano. Según consta en un registro parroquial de la Villa de Purificación, el Señor Cura dejó testimonio que un ruidoso conjunto con ese nombre (mariachi) impedía, por tocar en las proximidades del templo, que el sermón dominical se oyera. Y el acta data de a mediados del siglo pasado, o sea que en ese tiempo ya existía con ese nombre el mariachi.
¿Mariachi Azteca? Como nombre suena muy bonito, pero como realidad histórica suena tan obtuso como ese antro llamado Fragata Azteca… ganas de naufragar en la historia…
La base del mariachi, si no me equivoco, es la guitarra; y el primer idioma en que cantó ese instrumento que vendría a revolucionar la música toda en el mundo, fue precisamente en éste en el que ahora hablamos. Nada más español que la guitarra.
Cuando estas tierras fueron colonizadas (por bien o por mal, pero fueron colonizadas), los primeros pobladores se encontraron que los habitantes originales no conocían la escala dodecafónica, sólo pitos, flautas y atabales. Fíjate lo que digo: Tal vez la música de nuestros ancestros haya sido encantadora, pero era cosa imposible, otra cosa muy diversa e imposible de interpretar con lo que llamamos mariachi, con guitarras.
¿Mestizaje? Eso es, mezcla de raíces y, en ocasiones, mezcla tan compleja que más nos valdría irla entendiendo.
Oye ¿qué sería de nuestras Fiestas de Octubre sin las peleas de gallos? Son bien nuestras ¿no? Aquí para entender que tan nuestras son hay que embarcarse por el rumbo de la Barra de la Navidad en una expedición que daría mixturas o mestizajes insospechados.
Cuando Urdaneta y Legazpi se echaron a navegar desde la Barra jalisciense de la Navidad, llegaron a unas islas, pocos meses después, a las que bautizaron con el nombre de Filipinas y en nombre de su Rey. Y con esas mil y tantas islas del archipiélago se entabló una relación sumamente peculiar: Un flujo e influjo, reflujo entre esta entonces Nueva Galicia, Nueva España y aquellas Filipinas.
La llegada de la nao de Filipinas a esta orilla del Pacífico, y luego de salvar a escollos naturales y a piratas, era anunciada con júbilo porque en ella venían sedas, especias, joyas y mercaderías notables, cosas y objetos desconocidos, exóticos. En la nao y traídos por un tal Mendaña llegaron los cocoteros, por ejemplo, que ahora parecen haber estado siempre en nuestras costas jaliscienses. Y en la nao llegaron y bien de contrabando para eludir la mano dura de la ley, los gallos de pelea, que pareciera son consustanciales a las mexicanísimas ferias de toda ralea, pueblos y ciudades gozan con lo poco de gozable que tiene el espectáculo en sí, y con lo mucho de asiático o de mundano el fervor por las apuestas.
¿Y te imaginas lo que serían nuestras fiestas sin corridas de toros? Pueden gustarte o no, ese es cuento aparte, pero creo que saldremos de acuerdo si decimos que es una festiva danza de vidi-muerte ¿parte de nuestras raíces? Incierto tal vez, pero indudablemente las corridas de toros forman parte de una mexicanidad que no existía previo al mestizaje.
El ganado vacuno, una de cuyas variantes es el toro de lidia, vino de España con toda una cultura añadida que tomaría carta de naturalización aquí. ¿Y es que se puede hablar de la cultura charra? y en más de un sentido, creo, fíjate, el nombre viene de Salamanca y no la de Guanajuato, sino la española y prima Salamanca. A una hora en las inmediateces salmantinas existe el llamado Campo Charro, planicie que toponímicamente daría su nombre a toda una serie de faenas ganaderas, la charreada o charrería, en las que jinete y caballo se conjugan y conjuegan con el ganado en un campo apto para ello.
La llamada charrería no fue sino una derivación festiva de las actividades ganaderas surgidas en tiempos de la colonia. Un poco aquello de “descansar haciendo adobes”. La diferencia de las corridas de toros, que a ambas orillas del Atlántico permanecerían básicamente idénticas, las faenas ganaderas debieron ajustarse a las nuevas modalidades de estos extensísimos y charros campos. Así, la pértiga, instrumento esencial para maniobrar el ganado en España, debió ser sustituida por otra herramienta más funcional: el lazo. Fustes y monturas debieron ser modificados a fin de adaptarlos a su nueva circunstancia vaquera o ganadera.
Una de las extrañas paradojas en nuestra confusa raigambre es que primero fue el charro, luego el vaquero en las planicies norteñas y de ellos surgió el “niño vaca” o cowboy sacralizado por Hollywood y reverenciado subliminal o sublimemente por nosotros. Ocurre que cuando en el siglo pasado se movieron los linderos de un México entonces extensísimo, mayúsculo, los recién llegados aprendieron de manos mexicanas la ganadería y sus artimañas en las tierras que acababan de adquirir. ¿Pero es que no te das cuenta que la palabra rodeo es totalmente nuestra? Claro, los niños vaca la pronuncian “ródio” y nos la venden como producto made in USA, entonces sí vale…
Te decía al comienzo que todo en el mundo vegetal tiene relación profunda con raíces y me atreví a afirmar que el animal racional es el único ser viviente en la Tierra, que puede encontrar sus raíces para poder desplantarse del suelo hacia las alturas.
Creo que te insinué también algo: Que nuestro mestizaje tiene una trama radical, de raíces, bien complicada, pero en la medida en que sigamos invalidando parte de nuestra raigambre seguiremos atrapados en este embrollo de un aztequismo a ultranza que no ajusta para explicar lo que somos, lo que fuimos, ni para definir lo que queremos ser.
Gracias, muchas gracias por haberme recordado del gran filologo alvaro gonzalez que En gracia de Dios este. saludos
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